«Los locos son la fantasía sexual de los psiquiatras»

Chile, publicado en Revista Carajo, 14 de junio de 2021

Recientemente dejaste atrás el Santiago urbano, para establecer un nuevo arraigo en una zona algo más rural, como lo es Curacaví; abandonaste el “Mundanal ruido”, como diría, Fray Luis de León, y esta nueva aventura de vida, se enlaza perfectamente con tu libro “Viajes”, publicado por Buenos Aíres Poetry, donde el hablante en su primera parte establece una visión muy particular sobre las mudanzas: “desde el vacío de la casa/  y la mirada era nada más/ una reflexión solar del abandono”, en estos textos, siento que la casa vacía como símbolo del desamparo, crea una atmósfera algo fantasmagórica; tú le asignas una cualidad viva a las paredes, las ventanas, etc. Donde te ves atrapado- o el hablante- en esta ilusión del desapego ¿Cómo operan en estos textos, la idea de desarraigo y de arraigo a la vez?, ¿Y cómo ves la fórmula de las despedidas y las “Ítacas” en estas visiones del viaje?

En el lugar de la casa sucede todo. Cocinas, comes y defecas. Amas, follas y finalizas el amor. Lloras, sonríes y te construyes. Las casas, el lugar donde uno habita, es un lugar sagrado, pero a la vez, animado. La casa – y hablo en el amplio sentido de la palabra del habitar un lugar – tiene vida propia. Personalidad. Carácter. A este lugar lo vestimos, le damos divisorias partes de nuestra alma y la mudanza es un acto de desnudez que te desafía al desarraigo.
No hay nada más triste que una casa vacía. Las paredes desnudas y los pisos descubiertos no son capaces de contener un grito y hay un eco que parece eterno. Y aunque salgamos del peor de los terrores de una casa escapando, cuando nos damos vuelta, hay una amargura al constatar ese verso increíble de Allen Ginsberg: “los muchos mundos que no existen”. Esos, son los que dejamos atrás.
Dejé Santiago, después de 9 años, de la misma forma que dejé Montreal, Valparaíso, Villa Alemana y tantas partes más: escapando. Esta vez, escapaba de la infamia de una capital que siempre he encontrado así como fascinante y entretenida, a la vez, depresiva y decadente.

“Advierto/  que no soy un sicótico/  me dicen “loco” pero a  los que me dicen “loco”/ otros a su vez les dicen “loco”. Con estos versos de Rodrigo Lira, quisiera que convergiéramos en una conversación sobre “La locura”, a propósito de tu libro “El Delirio (Notas en una clínica psiquiátrica)”, donde pones como “ personaje” en una clínica psiquiátrica a un poeta,  ya conocemos, muchos casos de poetas que han llegado al estado delirante, tales como Artaud, Holderlin, Esenin y tantos otros ¿Cómo ves tú las sintomáticas desde una mirada social del problema?

No hay nada más saludable que caer en estados delirantes, en sentido, que ese delirio es el invento de un nuevo orden sobre la percepción de las cosas y de uno mismo.
El problema es cuando el delirio te llega por un sostenido sufrimiento mental. Simplemente no es uno capaz de persistir vivir, y ese vivir, entonces, se hace una tarea diaria, incluso de horas. El sufriente se despierta y se asusta. Igual que los gallos que cantan al amanecer: gritan al constatar que la noche no era el fin del mundo.
Sostengo que los poetas debemos gritar sobre ese fin de mundo que nunca llega.

Siguiendo con “Un delirio”. Existen dos visiones para enfrentar el problema, la visión más clásica, representada por Sergio Peña y Lillo, donde el estado escindido, propio de lo esquizo o el depresivo con ideación de muerte, sólo es tomado y resuelto a través de lo farmacológico y que –para el psiquiatra- es sólo un estado fisiológico; y por otra parte Otto Door, quien desde los años sesenta viene trabajando un modelo “Anti-psiquiátrico”, donde se piensa que estas “anomalías” se construyen desde lo social y con esto como una enfermedad del alma ¿Cuál es tu visión con respecto a la “locura” después de haber entrado a ese mundo a través del ejercicio escritural?

La vida en sí es un desastre, diría Guattari, y agrego: es un desastre azaroso. Porque hasta que no me demuestren científicamente la evidencia de vida más allá de este planeta tierra, en verdad, tenemos la certeza que estamos completamente solos en este universo. Es terrible. Nos condenaron a vivir un planeta diminuto en una especie que sólo ha formulado los factores para su temprana extinción. Por tanto, la locura es una rebeldía. La primera rebeldía, la primigenia. Esa es la razón por la cual, los locos han sido expulsados de los clanes, después quemados y decapitados, presos y recluidos, e incesantemente numerados en los dispositivos coercitivos hospitalarios.
Decir que la locura es una enfermedad, es parte de la paranoia de los “especialistas”. Ellos los admiran. Los locos son la fantasía sexual de los psiquiatras. Deberían reconocer que sueñan en ser como ellos. Llegar a ver lo que ellos ven. Llegar a sentir lo que sienten.
Volvamos a la mudanza. El loco siempre se está yendo y nunca se da cuenta que va abandonando lugares, sino que los va acumulando. Y va acumulando incluso los lugares de sus ancestros y tiene la capacidad de crear una red, una madeja narrativa que lo lleva a dimensiones que nunca la sociedad conocerá. Porque la sociedad es finita y está condenada a la muerte. El loco, por el contrario, es eterno.

Tu último libro “Mamíferos”, publicado por Filacteria, parte desde la afirmación científica de que el hombre es un mamífero, pero que sin embargo, en nuestra sociedad se ha olvidado esa conexión y lugar en la cadena natural. Es un libro que me  provocó un estado de exaltación, desde que escribes y describes las guerras, anuncios de scort, frases hechas, aforismos y “poemas-anuncio”, como los llamaría, el ya citado Rodrigo Lira. Es un mapa humano y que desde su condición mamífera, opera desde las pulsiones, no por nada citas al “Marqués de Sade”, como epígrafe para la entrada a los textos ¿Cuál es el génesis de “Mamíferos”?, ¿Y cuáles son los resultados de este casi poema axioma?

Antes el poeta se encuentra en un estado delirante. Ensimismado en su locura, en una depresión atómica y una destrucción funeraria. Ahora, el poeta vuelve a la sociedad, no a criticarla, sino que a exaltarla.
Este libro, nace en la necesidad de escribir un Canto General de la brutalidad. Un realismo puro, pop y farandulero. Sin juicios de valor, porque cada vez más, me convenzo de que el poeta no es ni profeta ni moralizador. Todo lo contrario. Es uno más de esta sociedad de la decadencia, y vaya que es maravilloso entrar a la corte real de la mundanidad.
No será ni la fe ni la doctrina la que generará un ser humano nuevo, sino que será el verbo, que siempre prevalece sobre la oscuridad. Entonces, uso ese verbo, ese logos, ese lenguaje, para retratar con desparpajo todo lo que somos. Un poco de lo que decía Paulo de Jolly: “pertenezco al apogeo / y caída/ atroz / de su majestad”.

  Una vez estuvimos en el restaurante “Las Lanzas” – en Ñuñoa- , compartiendo unos jarros de Borgona, y recuerdo que hiciste un gran análisis sobre el Estallido Social ¿Podrías reproducirlo, de alguna manera, en esta entrevista?

No sé si hablamos esto antes de los 4 litros de borgoña o después. Entonces no me acuerdo, pero lo más probable es que te dije que el estallido no es estallido, sino un grito desesperado sobre la inmensidad de caca de la cual estamos parados. Una inmensidad asquerosa de corrupción pública y privada que está en todos lados. Un ejército de zorrones que se saltan la fila, un batallón de codiciosos en todas las esferas, una ambiciosa clase política que perdió decoro. Todos están enfalopados o empastillados. El pobre sumido en la pasta. Hinchados de alcohol, respirando porno, atestando malls y orillas de playa.
¿Sabes Giovanni? Lo que pasó es que la dictadura nos volvió a todos psicóticos y locos. Materialistas. Amorales. Deformados. Ya no tenemos cordura. Entonces, no diseñamos nada, y nos lanzamos en octubre de 2019 a hacer la revuelta más cerda que ha existido: nos llenaron de toques de queda, hicieron más leyes represivas, nos tienen en un régimen sanitario de emergencia y amenazados que en nueve meses debemos escribir una nueva Constitución. Y sino, que nos jodamos.

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